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martes, 6 de enero de 2015

ENERO 2015

 Soy  la  mujer  más común y corriente  que  conocen, tengo un trabajo  "normal" ,  familia ;  con todo y  sus  problemas  y esas  cosas,  aventurera soñadora. A decir  verdad  nunca  he  salido de Mexico es  más  nunca  he  volado en avión,  una parte de mi espera conocer a “esa”  persona que me cambie la   vida, y  otra  parte lucha diariamente  vs los  demonios de la negatividad propia para  hacer que las cosas  pasen.


Efectivamente  soy  esa  chica que se  emociona  con una  peli romántica,  que le  emocionan las  sorpresas;  que aun  cree en el amor verdadero más  como una filosofía de vida  que como  una relación hostigarte,  la chica  en la  que le  puedes confiar  todos  y cada uno de   tus  problemas y te ayudara a  ser arquitecto de  sus sueños, mientras inconscientemente  destruyó   los propios.

Bienvenido a  un recorrido por esta mente  retorcida   y  un  corazón inmenso,  este  viaje es  mi  vida  y  la  quiero   compartir  contigo, recuerda que eres el director del guión de tu vida. Tú sabes dónde poner los puntos finales.


Un beso,  nos  leemos  pronto

Ciin

domingo, 27 de octubre de 2013

La pareja humana. Epílogo

Hola mi  nombre es CINTHIA  CID, y les doy  la  bienvenida, platicando con uno de mis  mejores amigos que se encuentra en España, me compartio esto:

Dice Rafael Manrique que el enamoramiento se basa en las percepciones. "Nos enamoramos de un gesto, de una mirada, de un color de piel, de un sabor, de una palabra, de unos ojos, de una boca, de unos pechos, de una idea, de una opinión"

Y después vendrá o no, la construcción de una intersubjetividad basada en la comprensión limi...tada de quién es el otro. El otro como ser autónomo, es incomunicable. Cuántas veces nos pasa que no encontramos las palabras para explicarle a quien amamos lo que sentimos o lo que se siente ser nosotros. La comunicación que se realiza a través de las palabras y del significado que les atribuimos es limitada, finita, equívoca y frustrante a veces.

Las parejas que aprenden a conversar son las que más probabilidades tienen de ser felices. Quizá una de las imágenes mas desoladoras es la de una pareja que no habla. En silencio en el restaurante mientras cenan o toman un café, en silencio en las vacaciones, en silencio en los largos trayectos a través del tráfico citadino. Una pareja que no pueda construirse un mundo compartido de palabras, es una pareja condenada al aburrimiento. Porque una vez que amaina la idealización, lo que queda es uno, simplón quizá, retorcido tal vez, aburrida, obsesivo, callado, parlanchina. Y sin comprensión y sin diálogo franco y constante, no hay forma de armarse una relación plenamente humana.

Los humanos somos fundamentalmente seres creadores de significados. Decir ahora no quiero hablar, hablemos después, pensar en otra cosa mientras me hablas, perder la curiosidad por seguir sabiendo quien eres aunque tenga muchos años viviendo a tu lado, todo esto, mata el amor, los significados y la construcción de una narrativa amorosa.

Contarse lo que uno ha hecho en el día, lo que uno ha pensado, reflexionado o sentido, va perdiendo sentido con el incremento de la confianza. Uno se engaña pensando que conoce a quien ama, cuando el otro, insisto, es imposible de conocer de modo total.

Hablar y no tener miedo de las palabras implica también aceptar las diferencias individuales y gozarlas en lugar de sufrirlas. Somos como agua y aceite no es más que una frase exagerada que no implica necesariamente incomprensión o ruptura. A menos que yo crea que para amar a alguien, deberá pensar exactamente como yo pienso. Dice Manrique que lo malo no es que sean diferentes o iguales, sino que siempre sean los mismos. Que la pareja tenga miedo de cambiar, de transformar el discurso, de decir lo que realmente piensa sin miedo al abandono o al rechazo. Las parejas siempre iguales tenderán al aburrimiento y al desamor. Y no hace falta cambiar de pareja para inyectar novedad a la vida amorosa. Todos somos uno y somos otros. Y tenemos muchas identidades, muchas formas de ser que mantenemos ocultas y que podrían ser exploradas en el vínculo amoroso.

El amor debería ser el mejor espacio para hablar con libertad. Muchas veces no lo es y la violencia de las palabras se manifiesta en las peleas de pareja que pueden llegar a ser muy dolorosas. Las palabras pueden servir para construir amor y libertad o para crear odio y crueldad. Somos nuestras palabras, nuestras conversaciones, para construir o para destruir el amor.

El otro día, bromeando, dije que muy pronto el mundo sería dominado por las personalidades fronterizas y por los narcisistas. Aunque los diagnósticos en psicoterapia sólo son un mapa y no el territorio, cada vez es más frecuente mi impresión clínica y social de la tendencia a la personalidad fronteriza: dificultad para controlar los impulsos, para tolerar la frustración, incapacidad para integrar lo bueno y lo malo de todas las cosas radicalizando la visión del mundo en blanco o negro, explosiones de ira, llanto o desesperación frente a cualquier pérdida, enamoramientos instantáneos que terminan con la misma rapidez con la que empiezan y una gran dificultad para abandonar relaciones poco amorosas y muy agresivas. Y los narcisistas, rondando por todos lados, incapaces de pensar en los demás, de ponerse en los zapatos de los otros, instalados en un individualismo extremo que los vuelve incapaces de cercanía, amor y empatía. Todos tenemos cierta dosis de fronterizos y de narcisistas. La patología se ubica en el predominio de estos rasgos.
Hay por lo menos dos causas para este fenómeno propio de nuestra época histórica: la posmodernidad como era sociocultural, que exalta fundamentalmente lo individual por encima de lo social. Los lazos afectivos de pareja y familiares se van aflojando ante esta exaltación de la autorrealización personal. Se transfieren las energías libidinales (vitales, sexuales, de creación) a aquellos espacios que nos garanticen la gratificación individual: la carrera profesional, el desarrollo laboral, los premios deportivos, etc.
La segunda causa tiene que ver con lo distintas que son hoy las madres a las de antaño. La inserción de la mujer al mundo del trabajo ha marcado cambios en la crianza que hoy significa mucho menos convivencia, menor contacto, menor tiempo compartido, madres que supervisan todo por el teléfono, muchos más niños en guarderías o en escuelitas a muy temprana edad. La madre de tiempo completo parece especie en peligro de extinción. No hay ninguna nostalgia personal frente a este cambio, aunque sí creo que ha marcado una diferencia en las formas de vivir en familia y que implica un reto mucho mayor consolidar vínculos sólidos con los hijos y con la pareja cuando se tiene o se quiere trabajar fuera de casa.

Los síntomas afectivos de las nuevas generaciones son miedo a la intimidad, a la cercanía y al compromiso. Terror al atrapamiento y al mismo tiempo, anhelo de afecto.
Sexo casi anónimo en muchas personas como una defensa contra la intimidad. Las relaciones casuales en las que se supone nadie sale lastimado pues tan solo se goza el placer sin tener que comprometerse, sin siquiera conocer quién es el otro. Los adolescentes son consumidores compulsivos de experiencias. Se aburren pronto y de todo. Parece que tienen demasiado a su alcance y ya nada los sorprende.

Con todo, hacer pareja sigue siendo el deseo humano de muchos. No se extingue a pesar de los cambios socioculturales, familiares e históricos. Emparejarse, si se hace bien y se construye con bases sólidas, permite contar con una estructura protectora del mundo, al ser querido y protegido por alguien a quien queremos y protegemos.
La gente viene a terapia frecuentemente para entender cómo se está relacionando amorosamente o después de una ruptura amorosa. Así de importante sigue siendo el amor en nuestra narrativa interna.

Muchos se dan cuenta de sus contradicciones. Conscientemente decimos querer ciertas cosas, pero en el plano inconsciente actuamos en contra de estos deseos. La única solución es hacer consciente lo inconsciente. Habría que revisar pues, nuestra historia del desarrollo, el modelo de pareja del que provenimos, nuestras ideas dominantes sobre lo que significa ser hombre o ser mujer, sobre el significado que tiene el amor para nosotros.

Aunque somos únicos, también nos parecemos. Por eso es posible clasificar a las parejas. Por ejemplo, en la clasificación de Martin existen 4 tipos de parejas:

1. Mujeres amorosas con parejas frías. Este es un modelo complementario. Ella elige una pareja fría que le confirme que nadie la quiere o que los hombres no son cariñosos.
2. El marido en busca de una madre. A algunas mujeres les da por ser madres de sus parejas, rescatar hijos crónicos, hombres emproblemados y adoptables.
3. Dos parásitos: se esperan a que el otro les resuelva la vida y se paralizan los dos. La demanda mutua es "dame y satisface todas mis necesidades".
4. Parejas paranoides: todo el tiempo se sienten agredidos, en conflicto y se pelean mucho. Se persiguen, jugando el angustiante juego de perseguidor- perseguido.
Será central preguntarse: ¿Cuánta cercanía soportamos? ¿De dónde vienen nuestros temores de atrapamiento?

La explicación psicoanalítica ubica las causas del miedo a la cercanía en los extremos: Abandono o intrusión de las figuras parentales.
La narrativa sería más o menos la siguiente: "Me aterra que me abandonen, por eso prefiero no acercarme ni dejar que te me acerques. Tengo miedo de que invadas mi vida, de que anules mi autonomía, de ser una extensión de ti, de desaparecer como individuo".

Dice el psicoanalista Mario Campuzano: "El desafío en el amor duradero es soportar la cotidianeidad, desarrollar la necesaria indulgencia, derivada de la ternura y la posibilidad de tolerar las fallas y las imperfecciones del compañero. Tener en síntesis, un ideal del yo menos exigente y menos absoluto".